jueves, 13 de noviembre de 2008

Rebelión Intelectual



Sólo hace falta darse una pequeña vuelta por el centro de nuestras ciudades para
comenzar a vislumbrar rápidamente buena parte de todo aquello que tanto
detestamos. Tráfico excesivo, contaminación, masas de personas que ascienden
y descienden grandes avenidas, que miran escaparates, entran y compran en una
tienda de cualquiera de las marcas que controla Amancio Ortega a través de
Inditex. Gentes con estrés, que apuran la nómina comprando las últimas
tecnologías, que consumen, pasean, toman café. Y que en apariencia son felices,
o quizás no. Pero volvamos a casa, y de camino compremos el periódico.
O mejor, cuatro periódicos distintos. Observemos las portadas malintencionadas,
cinco buenos artículos y cuatro noticias interesantes rodeadas de miles de párrafos
de auténtica basura periodística, de una tergiversación hecha, en la orientación
que convenga, para aumentar las ventas. Contemplemos los encuentros entre la
inagotable dinámica derecha-izquierda. Veamos las fotos de travestis junto a
frases pornográficas en periódicos cuyos directores dan lecciones de moralidad y
ética en la editorial.
Subamos a casa y a continuación encendamos el televisor. Gesto con el que con
toda probabilidad acabaremos por saciarnos de insalubridad visual e intelectual.
Pero hagamos un esfuerzo y echemos un vistazo al sensacionalismo del avance
informativo, a la falta de exactitud de las informaciones, a la manipulación
intencionada, a las noticias del corazón, a la exaltación de pobres espíritus
ocultados tras silicona o dinero, o simplemente imbecilidad, a los concursos
estupidizantes, a los cuerpos esculturizados de bailarines y azafatas frente a la
obesidad de parte del público de los programas, al sexo loco y desenfrenado de
algunas series, a la apología de las drogas de otras, a un buen reportaje de
investigación frente a cuarenta de mierda. Basta. Suficiente televisión. Ahora
dirijámonos a la habitación y abramos el último libro que hemos comprado, uno
de los diez más vendidos en los últimos meses, la nueva obra de Lucía Etxebarría.
Decenas de tópicos navegan en un mar de letras que nos trae ese nuevo
progresismo español del que forma parte la autora, algunas dosis de buena
literatura empobrecidas por el mediocre pero moderno contenido de fondo.
De nuevo, paremos. Dejemos por unas horas que morfeo nos atrape. Tendremos
que viajar muy lejos en nuestro sueño para poder encontrar el calor de la
reconfortación espiritual.
Años de jornadas soportando intensamente este ciclo pueden llegar a ser
realmente insoportables si no encontramos vías de escape que nos alejen de todo
lo nefasto que representa la posmodernidad. No obstante, y antes de avanzar,
seamos justos; también tiene algunas cosas buenas.
Ahora intentemos tener un día diferente. Esperemos al domingo y marchémonos
temprano a hacer un poco de deporte, por ejemplo varios kilómetros de carrera.
Volvamos cuando el aliento nos falte más que sobre y probemos la ducha.
Salgamos ahora a la calle y volvamos a comprar un periódico. Esta vez leamos lo
imprescindible, centrándonos más en el suplemento semanal cultural. Con
_

bastante probabilidad podremos encontrar unos contenidos más que aceptables,
así como algún artículo de opinión de Pérez-Reverte; profundidad, ironía y
contundencia intelectual en uno. No vamos mal. Procuremos mantener una buena
conversación en la comida, distendida y relajada. Retomemos los libros. Esta vez
olvidemos a los escritores de moda. Elijamos el fascinante mundo de Tolkien o las
pausadas descripciones de la España vista por Azorín. Todo comienza a cambiar.
Será más fácil ahora soportar un poco de cotidianeidad mundana.
No dejemos pasar mucho tiempo antes de leer a Quevedo, ver Taxi Driver,
acercarnos a la nueva ampliación del Prado y contemplar la obra de Velázquez,
echar unas cervezas después de haber visitado la catedral de Granada y la cripta
de los Reyes Católicos, empaparnos de los cantos de Ezra Pound, de San Manuel
Bueno, mártir de Unamuno, ver los paisajes de Caspar David Friedrich o
Apocalypse Now de Coppola.
Y lo más importante, tratemos de mantener esta dinámica de manera continuada,
haciendo de ella una rutina diferente, que en vez de desgastar aporte energía y
tenacidad a nuestra mente.
Escogiendo, seleccionando lo mucho y muy bueno del pasado y lo poco en
apariencia que también podemos encontrar en el presente. Ello con la única
finalidad de hacer un poco más placentera nuestra existencia. También de
descubrirnos a nosotros mismos todo el caudal de belleza, estética, calidad y
autenticidad que hay en este mundo.
Practiquemos un ejercicio cultural alternativo lo más pleno posible, para aplacar
con optimismo
la desesperación que en nosotros puede llegar a causar el torrente de inmundicia
que arrastra la época que nos ha tocado vivir. Existen a nuestro alcance cientos
de escritores, artistas, cineastas etc. de una virtud inmensa, cuya apreciación y
aprehensión supone poco menos que un ejercicio de disidencia, la forja de un
escudo resistente ante la nueva cultura global. Que nos ayudará a evitar que
nos tiremos de los pelos o reducirá los tacos de nuestro vocabulario. Y valga como
ejemplo la lista anterior; no es necesario entrar en la obsesión por buscar siempre
lo anti, lo más subversivo y situado a kilómetros de la "cultura convencional".
Películas recientes, made in América, como -El señor de la guerra- y, ésta más,
-Los 300-, son de una calidad notable. Y de lo más accesibles.
Con un poco de iniciativa y ganas podemos dejar bien guardada nuestra cabeza,
sin que la lamentable programación de la televisión o el premiado libro de Boris
Izaguirre puedan causarnos un daño de consideración. Las letras y párrafos, los
cuadros y monumentos de inmensa valía están ahí, a mano. En nosotros está la clave.

Militancia




Publicábamos hace un par de meses una pequeña entrada en nuestro blog sobre la militancia. En ella decíamos que la militancia debía ser observada por quien la llevara a cabo como una obligación. Y reafirmamos lo dicho añadiendo algo más; más que obligación, una militancia digna entraña un comportamiento obligado, una pauta continuada de entrega y acción.
Se trata de algo que hoy en día prácticamente sólo puede ser ejercido en posiciones como la nuestra, escasa en recursos económicos pero con un alto contenido en valores como el sacrificio o el sentido de lucha que nos es propio.
Sin embargo, son realmente pocos aquellos que dentro de nuestra corriente pueden declararse como militantes. Los más, acompañan la palabra del adjetivo esporádico. En efecto, es común llevarse a engaño y creer que la asistencia periódica a actos, la pegada semestral de carteles y pegatinas o el simple hecho de declararse identitario o social patriota equivale a militar. Y nada más lejos de la realidad, ese tipo de comportamiento es el patrón que define a la perfección al militante esporádico, no a un militante en sentido estricto. Un error que no por común vamos a dejar de aclarar, pues desde nuestro punto de vista reviste especial gravedad. Tanta, que podríamos afirmar sin miedo a equivocarnos que constituye una de las principales enfermedades que adolece nuestra corriente política.
Para salir de dudas, nada mejor que la rotundidad de las palabras. Militante es quien considera, asume y demuestra con hechos que la acción política continua es una parte más de su vida. Una esfera que requiere atención, cuidado y entrega. Al igual que las relaciones sociales, la militancia ha de ser constante en el tiempo y ser contemplada desde la más estricta normalidad. Si elaborar y colgar en un puente una pancarta es visto como algo extraordinario que al día siguiente comentaremos repetidas veces, nos alejamos de esos dos componentes indispensables; constancia y normalidad. Y sin ambos, es claro que algo no cuadra. Pero volvamos al recurrente ejemplo de las relaciones sociales. Cuando nos reunimos con amigos, además de para satisfacer una necesidad humana básica como es relacionarse, lo hacemos entre otras cosas para equilibrar nuestra vida realizando uno de los objetivos de la misma; poder contar con alguien a nuestro alrededor. La militancia en este sentido debe ser vista como otro aspecto vital, con el que cumpliendo en su justa medida también contribuiremos a ese equilibrio. Y un aspecto dentro del cual hay unos objetivos que ir realizando en el tiempo. La militancia, como decimos, al igual que la amistad no debe ser desatendida, pues la intermitencia en su realización nos alejará paulatinamente de ella en su versión más pura. Ahora bien, hablábamos hace sólo unas pocas líneas de la -justa medida- en la militancia. Insistamos en esto, pues igualmente desacertado es pecar por defecto que hacerlo en exceso; aspiramos a propagar la idea de una vida en la que la militancia política ocupe un lugar primordial, constituyendo uno de sus ejes básicos, pero no una vida militante, en el sentido en el que la acción política se aproxime a lo absoluto, absorbiendo todas nuestras energías. Y es que este tipo de situaciones pueden resultar sumamente peligrosas para el equilibrio psíquico de una persona. Ejemplifiquemos; cuando un sujeto pone todas sus ilusiones en un único proyecto, dedicándole el máximo tiempo posible, dinero y espacio en sus pensamientos corre el riesgo de, con el tiempo, traspasar la línea de la inestabilidad emocional. Y son varios los casos de este tipo que conocemos. Por eso, y porque puede que en la Europa de entreguerras los revolucionarios entregados en cuerpo y alma pudieran acabar convertidos en héroes y triunfadores, pero hoy en día esa entrega no provocaría la caída de ningún gobierno, es mejor actuar con serenidad, mucha serenidad.
Ésta empieza por un análisis reflexivo de la situación con la que actualmente nos encontramos en todos los órdenes de la vida, que ejercido de manera medianamente eficaz puede dejarnos muy claras las cosas. Y puede hacer más cómoda nuestra militancia. Ni derrumbamientos de sistemas políticos, ni mayorías absolutas ni simples, ni grandes alcaldías, ni una representación política espectacular, ni mediana, ni si quiera pequeña, tampoco movilizaciones de millares de personas, ni grandes organizaciones, ni una gran infraestructura. Prácticamente nada de nada. Bien, pues teniendo claro que esto es lo que con toda probabilidad conseguiremos, hemos de adecuar nuestra intención y posterior actuación a ello. Pequeños pasos para pequeños objetivos, evitando a toda costa perder la constancia. Se trata de granitos de arena diarios o semanales en la dirección que hayamos estimado más conveniente.
Un militante en sentido estricto asume ese rumbo, dedicando la parte adecuada de su tiempo para hacer posibles las metas pensadas. Y esta es la clave. Claridad en las ideas y trabajo continuado para su realización. Un trabajo que no obstaculice o medre otros ámbitos vitales, pero que sea el suficiente para cumplir con lo que perseguimos.
Unos objetivos a los que ha de aspirarse única y exclusivamente por convicción. Y aquí si que nos aventuraríamos a hablar de totalidad. La militancia sólo puede estar motivada por un sentimiento natural, por una idea en la que se crea fervientemente, bien por motivos puramente pasionales o porque simplemente hayamos razonado hasta tal extremo que la idea que consideramos más adecuada nos induzca de manera inevitable a un sacrificio militante. En el resto de los casos será difícil poder militar más allá de un periodo relativamente reducido de tiempo, al menos, como venimos insistiendo, en sentido estricto.
A nuestro juicio, y mil perdones por la arrogancia, todo aquél que no cumpla con la interiorización y sentimiento exhaustivo de sus ideas, mejor que deje de engañarse y perder el tiempo. Si no se está dispuesto a trabajar ininterrumpidamente y con ganas, semana tras semana, mes tras mes y año tras año, es mucho más adecuado dejarlo. O asumir que uno está engrosando el tumultuoso grupo de "los medias tintas". Incluso desplazarse hacia otras posiciones ideológicas menos díscolas y más correctas, dónde la abundancia de medios hace innecesaria una militancia como la que aquí describimos. De nuevo, perdón por la soberbia. Pero el abandonar la mentira le hace un favor al falso militante y de paso nos lo hace a los que desde hace años venimos desarrollando una labor continuada, con mayor o menor acierto.
Una labor en la que creemos de corazón, que tratamos de optimizar y rentabilizar al máximo posible, tanto en logística como en las formas, y que sin trágicos problemas podemos compatibilizar con llevar una vida equilibrada; con familia, amigos y un trabajo o estudios.

Otro importante problema que observamos en esto de la militancia es el de la autocomplacencia, muy extendido sobre todo al calor de las nuevas tecnologías. Sabemos que fruto de la competencia infantil entre distintos grupos y organizaciones, es tentador eso de buscar la foto del acto en la que parezca que el número de asistentes se multiplica o publicar en la oportuna web cualquier pequeña acción de propaganda que se realice, aunque sólo se peguen 10 pegatinas. Comportamientos, sin ningún género de duda, que únicamente han de parecernos irrisorios y pueriles. Ni militar es una competición entre "nosotros", ni hemos de hacerlo casi en exclusiva para gustarnos mientras nos vemos aparecer en internet. Lo hemos dicho al inicio de este artículo; militar es únicamente un comportamiento al que nos obligamos de forma voluntaria por la creencia en una idea. Ni más, ni menos. Primero creemos, luego nos obligamos y finalmente militamos. Y es algo que debe hacernos sentir bien, pero no para engrandecer nuestro propio ego. El que así actúe puede seguir los mismos pasos que el incrédulo. Debemos sentirnos bien sólo por la realización de esa labor a la que nos hemos comprometido. Por hacer lo correcto frente al exterior, frente al resto del mundo. Por trabajar en pos de una idea que defendemos como la más adecuada para su aplicación global.
Desde nuestro punto de vista todo lo que podamos decir sobre la militancia se reduce finalmente a ésto. No se trata de una forma de vida, sino de una parte de la vida de aquél que cree y trabaja por esas creencias.